11 agosto 2018

Tercer día: Braga

Al amanecer lloviendo en Viana do Castelo, después de desayunar en el hotel decido irme a Braga en autobús. La estación de autobuses de Viana está junto a la de trenes, en el sótano de un centro comercial bastante grande.

Nada más llegar a Braga, me dirijo al centro histórico, donde destaca el ambiente turístico propio del mes de agosto. Hay bastantes iglesias que visitar en el centro, en su mayoría barrocas, pero sobre todas ellas destaca la Catedral, en la que se puede visitar también el claustro.

Para comer bien no es necesario gastarse mucho, en casi todos los restaurantes ofrecen dos o tres "platos del día" o "platos económicos". Y para tomar un café, lo mismo, te cobran 0,65 € por un cortado (en portugués, "pingo") en terraza, con wifi gratis, y si además se pone enfrente un violinista callejero... no se puede pedir más.

Otro rinconcito bastante animado es la Plaza da República, desde la cual arranca la Avenida da Liberdade, llena de macizos de flores rojas y amarillas. Pero si lo que se busca es pasear tranquilamente, mejor adentrarse por las callejuelas que rodean el centro histórico.

Para una visita más extensa, se puede llegar hasta el Santuario do Bom Jesus, un auténtico lugar de peregrinación para muchos fieles, desde el cual se obtienen unas espectaculares vistas. Otra opción es el Monasterio de Tibaes, aunque de menos importancia que el Bom Jesus.

10 agosto 2018

Y por la tarde...

Después de comer atravieso el barrio de Miragaia, bastante humilde y muy poco turístico, hasta llegar a los jardines del Palacio de Cristal, donde se obtiene una bella vista del Duero.

Y ya para rematar la tarde, visito la Catedral. El interior me gusta bastante más que el resto de iglesias que he visitado, demasiado recargadas para mi gusto. La entrada es gratuita, aunque para ver el claustro hay que pagar 3 €.

Ahora estoy escribiendo desde el tren, camino de Viana do Castelo, donde estaré un par de días disfrutando de la playa, si el tiempo lo permite...

09 agosto 2018

Oporto: segundo día

Mi segundo día en Oporto comienza a las diez de la mañana, tras un buen desayuno en el hotel. A esa hora ya están las parlanchinas mujeres en sus respectivos puestos del mercado de Bolhao, ofreciendo sus productos a viva voz. La mayoría de los que estamos allí somos turistas con ganas de captar cualquier rincón o momento con nuestras cámaras de fotos y de vídeo. Los puestos de flores son, sin duda, los más vistosos y fotografiados.

La siguiente visita obligada es el edificio que alberga el ayuntamiento de Oporto, desde el cual parte la Avenida dos Aliados, eje central de la ciudad moderna, llena de edificios modernistas a ambos lados.

Al fondo de dicha avenida, girando a mano izquierda, se encuentra la estación de tren de Sao Bento, famosa por sus miles de azulejos que representan escenas históricas de la ciudad.

A continuación, la siguiente parada es la Torre de los Clérigos, cuyas vistas desde lo alto son espectaculares y, a pesar de los más de doscientos escalones que hay que subir, el esfuerzo merece la pena.

Otra visita imprescindible es la librería Lello, en la que se basó la autora de Harry Potter para describir la librería a la que acuden los protagonistas de dichos libros. Es una de las librerías más bonitas del mundo y conserva aún los carriles por los que se desplazaba la vagoneta cargada de libros. Es una pena que no permitan hacer fotos ni filmar.

Girando a la derecha se llega a la iglesia del Carmen, en cuya puerta para el tranvía 22, de los más antiguos de Oporto. Dada la hora que es, casi la una y media, yo prefiero sentarme a comer en una terraza de esa zona, y esta vez decido probar el bacalao, tan típico de esta ciudad.

Oporto bien merece una visita

Puente de Luis I
Esta vez escribo "in situ" desde Oporto. Llegué anoche y, tras dejar el equipaje en el hotel, me fui directa a la zona de Ribeira para cenar algo y dar un paseo a orillas del Duero. La vista de la otra orilla con todas las bodegas iluminadas, junto con el puente de Luis I, diseñado por Gustave Eiffel, es impresionante.

Al final me decidí por un rinconcito privilegiado, una plaza oculta tras un pasaje que da a la ribera, donde cené una "francesinha" con un vino de Oporto en la terraza de "Porto escondido". La "francesinha" es típica de esta ciudad y es una especie de sandwich a base de carne, salchicha, jamón cocido y queso fundido, bañada en una salsa no apta para estómagos delicados.


Lo mejor de la noche fue que para volver al hotel, tuve que coger el funicular do Guindais, que está abierto hasta las doce de la noche y por 2 € te evita tener que subir andando hasta la parte alta de la ciudad.